LA OCTAVA CASILLA, nueva novela.

 

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Hace justo un par de meses fuisteis conocedores de mi lesión y posterior intervención quirúrgica que me ha apartado de mi actividad laboral. En estos dos meses no he perdido el tiempo: he estado ultimando detalles para la publicación de un nuevo libro. Mi próxima novela set titula “LA OCTAVA CASILLA” ya está disponible en Amazon desde el 1 de junio. Este tiempo ha sido propicio para realizar las labores y gestiones que conlleva la ingente tarea de revisión, corrección, maquetación, diseño de portada, preparación de promociones y otros tantos asuntos que implica el proyecto que llevo personalmente a cabo.

Os adelanto que esta narración se aleja ligeramente de las temáticas de anteriores trabajos. He profundizado en la psicología de los personajes tratando temas duros e incómodos que he resaltado en la narración. Su lectura os resultará violenta y placentera a partes iguales, tal y como es la vida a veces. La ira, el amor o la venganza juegan papeles esenciales en esta nueva ficción que apenas se aparta de la vida cotidiana.

LA OCTAVA CASILLA es un thriller psicoemocional en donde José, un jugador compulsivo de ajedrez atormentado y herido por acontecimientos del pasado, se ve obligado a realizar un duro viaje introspectivo para que él y su familia puedan recibir una herencia. El viaje en primera persona, más anímico que real, es la partida de ajedrez de su vida en donde algunas figuras cubren posiciones de peligro al tiempo que otras tratan de abatirlo en su viaje al otro lado del tablero. No será el de nuestro protagonista un itinerario precisamente reconfortante: su mente distópica puede hacerle fracasar al contemplar una realidad falseada. Tú puedes acompañarle en su particular trayecto hasta la octava casilla y ser testigo de su éxito o fracaso; cuesta a veces distinguirlos.


“Y sin embargo, esta no es una novela sobre ajedrez; es una reflexión sobre la apatía de la vida y sus derrotas, donde siempre cabe la posibilidad de poder abatir el desaliento y otra oportunidad para el amor, la luz y la esperanza”.

 

GOL DE NAYIM

 

Ayer, mientras cenaba con unos buenos amigos, recordamos que el 10 de mayo, pero de 1995. En una prórroga agónica entre el Real Zaragoza y el Arsenal en la final de la Recopa de Europa, en el minuto 119, Nayim levantó la vista y, desde más de 40 metros, soltó un disparo que surcó el aire parisino para colarse por la escuadra inglesa. El “gol de Nayim” no solo pasó a la historia del fútbol, sino que firmó lo que fue 1995: un año de sorpresas, tensiones y transiciones. Al hilo de tan egregio acontecimiento para los que somos de Zaragoza, España vivía una convulsión política y social que mis amigos y un servidor evocamos con la ayuda de ese otro buen colega con mucha mejor memoria que nosotros, ya curtidos sesentones, que es Google.

Felipe González aún ocupaba la Moncloa, encadenando escándalos de corrupción (nos vino entonces a la cabeza otro insigne zaragozano: el corrupto Luis Roldán) y un desgaste institucional que pronto daría alas a un Partido Popular en ascenso liderado por José María Aznar. ETA atentaba contra él mediante un coche-bomba en Madrid del que salió ileso. La violencia no dio tregua: en febrero, la banda asesinaba al teniente alcalde de San Sebastián, Gregorio Ordóñez y en agosto se frustró otro atentado contra el rey Juan Carlos I en Mallorca. La sangre manchaba los titulares, mientras una sociedad cada vez más cansada de la violencia se debatía entre el miedo y la esperanza. Jordi Pujol seguía tejiendo su red de poder en Cataluña, Manuel Fraga gobernaba Galicia con el porte de quien nunca abandonó del todo los tiempos del régimen, y Javier Solana se preparaba para dar el salto a la OTAN. En 1995, Austria, Suecia y Finlandia se incorporaban a la Unión Europea. Se gestaba, a fuego lento pero seguro, el proceso hacia la implantación del euro, que aunque no llegaría a nuestros bolsillos hasta el 2002, ya empezabamos a enterrar a la peseta. El sueño europeo se vendía con entusiasmo tecnocrático, aunque pocos intuían los costes sociales y simbólicos de aquella transición monetaria. España en 1995 era un país en transición perpetua. Entraba con dudas al futuro digital, mantenía nostálgicos de su pasado dictatorial y se esforzaba por encajar en una Europa que cada vez imponía más normas. La televisión empezaba a perfilar una cultura del cotilleo y entretenimiento vacuo con programas como "Tómbola", mientras el "internet" era esa palabra misteriosa que empezaba a colarse en los periódicos y las conversaciones.

Mientras tanto, el país bailaba, literalmente, al son de los noventa. En las emisoras sonaban con insistencia hits como “I´m Scatman”, la desgarradora "You Are Not Alone" de Michael Jackson o el vibrante "Boombastic" de Shaggy. También sonaban "Back for Good" de Take That o el romance "Have You Ever Really Loved a Woman?" de Bryan Adams, Oasis, Björk, Radiohead Alanis Morissete y la eterna Laura Pausini. Era una década sin Spotify, pero con la magia de grabar cassettes de la radio con el dedo listo para detener la cinta antes de que hablara el locutor.

La literatura fue próspera en aquel año: Antonio Muñoz Molina ganaba el Premio Nacional de Narrativa por El jinete polaco, una obra que se adentraba en la memoria personal y colectiva de España. Claudio Rodríguez, con Casi una leyenda, el Nacional de Poesía. Rosa Montero nos ofrecía una aventura existencial con La hija del caníbal, Premio Primavera de Novela. Fernando Delgado se llevaba el Planeta con La mirada del otro, Enrique Vila-Matas nos llevaba Lejos de Veracruz para alzarse con el Premio Herralde y Elvira Lindo con el Nacional de Literatura juvenil con “Manolito gafotas”. Era un año fecundo para las letras, aun cuando el ruido de la actualidad política y social pareciera eclipsarlo.

Hoy, casi treinta años después, la España de 1995 parece una postal vintage: un país que se debatía entre la esperanza y el desengaño, entre la herida abierta del terrorismo y el espejismo de una modernidad en la que todo iba a ser mejor. Pero si algo nos enseña aquel gol de Nayim es que, a veces, los milagros ocurren justo cuando menos se esperan.

Y es que el futuro, como ese balón lanzado desde medio campo, puede sorprendernos si nos atrevemos a levantar la vista y sabemos aprovechar esas oportunidades que muchas veces pasan desapercibidas y pateamos la ocasión con acierto.

 

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COSECHA DEL 65

 

 

 

Muchas gracias a todos los que me habéis felicitado en mi 60 aniversario. Parecía que no iba a llegar este momento, sin embargo, el viaje de este “babyboomer” sigue adelante cargando sobre mis espaldas seis décadas de vida cuyo peso se empieza a sentir pero que, gracias a dios, llevo de una manera bastante más digna de lo que hace años podía prever. Y no me refiero solo al peso físico, que sigue siendo ligero, sino también a ese otro que día a día va dejando un poso invisible pero tenaz que te hace ser más consecuente, menos intrépido y apreciar esos valores que antes pasaban casi desapercibidos.

 Se trata casi de una obligación, una vez alcanzada la versión 6.0, eso de echar la vista atrás y hacer una especie de balance para seguir adelante con la vista despejada y plantear algunas cosas a futuro. Puedo comprobar cómo la vida me llevando por paisajes humanos, sociales y naturales que ni siquiera sospechaba. Algunos quiero llevarlos para siempre en mi corazón y otros ha habido que dejarlos en el camino por perniciosos, inconvenientes o simplemente vacíos. Llegado también a este punto, y visto desde la distancia, el perdón y el olvido es una potente medicina contra la amargura. También el agradecimiento, la sonrisa y un punto de humor o ironía son necesarios para seguir adelante con la conciencia despejada y la mente abierta para alcanzar la plenitud. Una nueva etapa se abre ante mí y no deseo otra cosa que aprovecharla al máximo con la asistencia y compañía de mi familia, mis buenos amigos y todos cuantos queráis compartir conmigo momentos de dicha. Dicen que la felicidad está hecha de esas pequeñas cosas que a veces pasamos por alto: la buena música (esa de nuestra juventud ochentera, claro), una lectura edificante tras un cristal en días de lluvia, un agradable paseo al sol, la compañía de uno mismo para reflexionar de vez en cuando y otras veces una buena conversación con un amigo degustando un buen vino, también ese viaje que  me debía a mí mismo hace tiempo o el regreso de a esos momentos de felicidad mediante un ejercicio de introspección.

He trabajado lo mejor que he sabido y podido, he viajado, he estudiado, he formado mi propio hogar, he escrito mis ideas y han pasado por mi vida infinidad de amigos y compañeros, unos que permanecen a mi lado y otros han quedado por el camino, pero todos han sido de una u otra forma, importantes para mí. Os llevo a todos en el corazón.

Por eso os agradezco a todos vuestras felicitaciones y espero que, dentro de un año, sigamos aquí sin faltar ninguno, con una sonrisa sincera y la mejor de las intenciones.

Gracias a todos.

 

 

«Lo mejor de envejecer es que te vuelves más suave. Las cosas no son tan blancas ni tan negras y te vuelves mucho más tolerante. Puedes ver lo bueno en las cosas mucho más fácilmente, en lugar de enfurecerte como solías hacer cuando eras joven».

Maeve Binchy.

OCHOCIENTOSMIL MILLONES DE EUROS

 

Parece que era hace cuatro días cuando este juntaletras sirvió a ese difuso ente al que llamamos Patria (aunque sin demasiado ardor guerrero, lo reconozco) allá por los míticos ochenta. Han transcurrido nada menos que cuatro décadas desde entonces y salvo mis canas, mi alopecia y mis huesos quebradizos, creo seguir siendo ese mismo muchacho de entonces. Sin embargo, cuando me miro al espejo, me pregunto dónde ha ido a parar aquel soldado que vestía de azul y se debatía entre el estudio y el trabajo haciendo “la mili” junto a mis compañeros de filas. Por aquel entonces todos los jóvenes entre dieciocho y veinte debíamos cumplir con ese “derecho y deber de defender España”, según reza el artículo 30 de la C.E.

Tal día como el 1 de enero de 2001, el gobierno de turno decidió exonerar a los varones españoles de ese compromiso y las FFAA , tras la aprobación de la Ley 17/1999 conocida como Ley de Suspensión del Servicio Militar Obligatorio, el ejército pasaba a convertirse en profesional. Reconozco que para muchos chicos, el año de Servicio Obligatorio suponía un obstáculo para sus avances personales o profesionales, ya que significaba una separación obligatoria de familia, trabajo o estudios. Sin embargo, a otros diría que les venía bien, y hablo por casos concretos de compañeros. Comprobé como algunos procedentes de ciertos entornos rurales o marginales salían de ellos y descubrían ante ellos un mundo desconocido lleno de posibilidades entre obediencia y disciplina castrense. Algunos aprendieron oficios u obtuvieron sus permisos de conducción y otros descubrieron su vocación militar, aunque la mayoría pasamos sin pena ni gloria esos meses de “vacaciones” pagadas por el Estado esperando acabar para volver a la vida civil.

Han pasado muchos años desde eso y también desde que entramos en ese ente abstracto, difuso y falaz que es Europa. España a día de hoy ya no es soberana y ahora ordenan desde la OTAN acopiar un Kit de supervivencia para 72 horas, para acojonarnos y así desembolsar sin dolor y por nuestra seguridad (preparad la cartera) hasta ochocientosmilmillonesdeeuros que, por supuesto, hemos de sufragar entre todos europeos a la voz de ¡Ar! para defendernos por decisión de esos que se han erigido como nuestros representantes y salvadores. Con esa saneada cantidad (sin merma en el gasto social, claro) compraremos a los americanos medios de defensa y seguridad que van a ser manejados por… Vaya no habíamos caído en ello: no tenemos suficiente personal en el ejército ni mando común coordinado para tan elevada iniciativa.

Pues bien, muchachos españoles, “ataos los machos” que “pintan bastos”, es posible que el siguiente paso (ojalá me equivoque) será el toque a filas como ya están haciendo en algunos países nórdicos.

Temblad rusos, temblad.

FELIZ DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA

 

 


Se atribuye a Julio César la conocida máxima divide et impera”, como habilidad militar y fundamento estratégico sobre el cual se forjaría el imperio Romano. Pues bien, algo parecido sucede a día de hoy: divide y vencerás.  Esta estrategia, tan antigua como efectiva era muy bien manejada por los Césares demostrando su efectividad al atomizar a sus enemigos de tal forma que no pudiesen formar un frente común contra Roma. Es sencillo: hacen que sus intereses sean diferentes y así discrepan y litigan entre ellos si acordarse del verdadero enemigo (El Estado Leviatán de Hobbes) que está muy por encima de ellos sin verlo en realidad.

Pues bien, a día de hoy, en la Vieja Europa y en Occidente sucede algo así: han creado con habilidad dicotomías ideológicas bien diseñadas por ese ente invisible y superior que nos controla para que nos enfrentemos entre nosotros sin remedio: izquierdas-derechas, fachas-progres, Barça-Madrid, ricos-pobres, capitalista-proletario, nativos-inmigrantes, catalanes-charnegos, independentistas-no independentistas, heteros-homos, hombre-mujer, machistas-feministas y otras muchas divisiones que a todos se nos ocurren y que sería imposible enumerar con el único fin de que estemos entretenidos entre nosotros y en nuestras disputas ideológicas tomando partido en uno u otro bando.

Sin embargo, todavía es posible llegar un poco más allá en esta división absurda y falaz: feministas y más feministas en sus diversos grados e intensidades. Ayer se celebró el manido “Día de la Mujer Trabajadora” que ha llegado a perder la esencia noble que en sí mismo tenía como conmemoración de éxitos conseguidos en temas de igualdad y derechos que no podían siquiera soñarse a mediados del siglo pasado por nuestras madres y abuelas. Lo de esta edición ha sido un despropósito, llegando a convocarse manifestaciones diferentes en las mismas ciudades entre distintas facciones y grupos políticos que se suponían bajo las mismas reivindicaciones con reproches, desaprobaciones y condenas mutuas afeándose entre ellos sus respectivas acciones y doctrinas de las formas más variopintas.

Pero, al margen del poco o mucho acierto de unas y otras, de las proclamas de dudoso gusto esgrimidas o de la incierta efectividad de los despliegues y esfuerzos de una izquierda casposa y chabacana que se empeña en defender no se sabe muy bien qué, se ha conseguido el objetivo que se perseguía —no por parte del feminismo, sino de ese ente superior y leviatanesco—, que es distraer la atención durante unas jornadas de lo esencial que es la precariedad social en la que estamos envueltos, de la crisis a todos niveles que se avecina y de los chanchullos del Gobierno y de sus allegados y mantenidos.

Nos han dividido una vez más y, como no podía ser de otro modo, nos han vencido. Es hora de despertar ¿No crees?

NUESTROS JÓVENES

 

En un artículo que ha caído en mis manos he leído que Sócrates, el filósofo griego de la antigüedad, afirmaba que "La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto.” En términos similares se expresaba también Hesíodo e incluso el mismísimo Platón. Pues bien, si hacemos caso a estas observaciones la humanidad habría colapsado hace tiempo, pero no ha sido así. Recordemos que la juventud se cura con el paso de los años y que sus ímpetus obedecen a ese impulso irrefrenable que todos hemos desarrollado durante esos años que es canalizado por la energía y las hormonas.

Los de mi generación no hemos sido muy distintos a los muchachos de los que hablaban los clásicos o a los de hoy en día, salvo por la diferencia de oportunidades y libertad que hace treinta o cuarenta años nosotros gozábamos. En aquel tiempo las parejas se formaban con poco más de veinte e iniciábamos casi de inmediato un proyecto en común en donde ambos aportábamos en función de nuestras posibilidades, lo cual facilitaba las cosas mucho más que si hubiésemos intentado de forma individual como cada vez más a menudo viene siendo la norma. Las opciones de encontrar empleos con remuneraciones acordes a los esfuerzos laborales o formativos realizados eran mayores que ahora, aunque que el esfuerzo a invertir seguía siendo el mismo, claro. Un servidor y la mayoría de amigos y personas de mi entorno trabajábamos —incluso en varios empleos a la vez— y estudiábamos al mismo tiempo sin dejar de salir por ahí, hacer deporte y divertirnos. La vivienda, eso sí, era más asequible que a día de hoy (aunque los intereses de las hipotecas eran mucho más elevados, en torno a un 15%) y con poco más de veinte años estábamos en condiciones de marchar de la casa paterna a iniciar una nueva vida. Tuvimos hijos que crecieron y se formaron con la esperanza de repetir esta aventura, pero… algo está fallando.

Los jóvenes de hoy, que constituyen una generación mucho más preparada que nunca, es una generación estafada por un sistema que se está revelando fallido. Nuestros jóvenes están hartos de escuchar que España es el país que más crece de Europa y que nuestra economía goza de una excelente salud “de cohete” según nuestro abyecto presidente, pero se ven incapaces de afrontar un proyecto de vida, mucho menos de formar una familia como hicimos nosotros y de afrontar con ilusión un futuro medianamente prometedor. Se trata sin duda de una generación perdida que va a tener muchas dificultades en salir adelante con el panorama que se dibuja ante ellos. Por eso muchos de nuestros jóvenes, con una excelente formación de muchos años, ven la oportunidad de marchar de esta piel de toro a buscar oportunidades fuera. Según las estadísticas del INE más de 400.000 personas han marchado de nuestro país, de los cuales la tercera parte son menores de 35 años y con alta cualificación. A cambio, el flujo migratorio que llega a nuestras costas es mucho mayor y de muy escasa calidad formativa, con lo que salimos perdiendo en el cambio, pese a que nos venden que vienen a pagarnos las pensiones.

No sé, creo que deberíamos preocuparnos, y mucho, por que las cosas cambien y que entre todos podamos salir adelante haciendo ver a este gobierno que está desangrando a un país a base de impuestos, corrupción y concesiones graciosas a sus socios para seguir un día más al frente de un proyecto de país cuyas bases se agrietan cada día y que nuestros jóvenes acabarán pagando sin remedio.

La zona de confort


     

 

De vez en cuando me acerco a uno de los bares de mi barrio y me gusta hablar con cierto grado de profundidad con esos abuelos a los que saludo a diario. Con un café sobre la mesa, las conversaciones suelen ser más profundas y fructíferas. “Para jóvenes los de antes y para viejos, los de ahora”, me dijo sin rubor alguno Matías, atribuyéndose de una especie de victoria sobre la flojedad que muchos de nuestros jóvenes demuestran, según él, con esa actitud derrotista y pasiva que les invade. Decía, aunque con otras palabras, que la mayoría de los jóvenes de ahora no luchan ni pelean ni por ellos mismos, que han llegado a un nivel de conformismo contagioso y enfermizo y se acomodan a una forma de vida sostenida por los padres en donde la tolerancia a la frustración es prácticamente nula y el espíritu de lucha ha desaparecido casi por completo. Se encajan, decía Casiano, en la comodidad del hogar por miedo al fracaso y sufren de una falta de motivación e inseguridad frente a los retos de una sociedad muy competitiva que les provee, en cambio y gracias a un gobierno en apariencia buenista pero abyecto en sus intenciones y propósitos, de lo esencial para “ir tirando” y para se acomoden cada día más en el desánimo ocupando un nivel más bajo en expectativas de futuro. Rompí entonces una lanza en defensa de los jóvenes argumentando el elevado precio de los alquileres y la precariedad laboral. Creo que fue Juan quien dijo que no eran mucho mejores esos tiempos de posguerra en donde crecieron y en donde conseguir un bocado que llevarse a la boca era su principal misión diaria y la conquista de derechos constituía toda una quimera. Pese a todo, concluyeron casi por unanimidad, salieron adelante siendo muy jóvenes y sin apenas formación. Aprendieron oficios, fundaron familias, levantaron una clase media, parieron baby-boomers y construyeron esta sociedad que hoy conocemos gracias a sus esfuerzos y sacrificios dejando, en muchos casos, legados culturales y económicos de los que todavía disfrutamos.

Tras despedirme de ellos pensé en que tal vez deberíamos inculcar a los jóvenes (que son quienes pagarán nuestras pensiones en el futuro) ese espíritu de lucha y abnegación que solo algunos poseen y animarles a que salgan de esa zona de confort para intentar sobrepasar esa línea de comodidad que supondría dar un paso adelante para salir de la mediocridad enseñándoles la cultura del ahorro y el emprendimiento, invirtiendo tanto en ellos mismos como tratar de ahorrar e ir formando su propio patrimonio.

Y es que, no sé, algo no anda muy bien cuando en esta sociedad en la que vivimos y en donde el acceso a la cultura y al conocimiento está más a mano de lo que jamás ha estado, y en donde nuestros jóvenes —más formados que nunca—, van a ser una generación frustrada sin apenas oportunidades dentro de un país en donde su mayor aspiración es alquilarse una habitación, suscribirse a Spotify y comprarse un patinete eléctrico.