La semana pasada se celebró el
día del libro, además del día de Aragón. Hace años que no firmo, ya que no he
editado últimamente obra nueva pero, como siempre que puedo, me doy una vuelta
por los puestos a ver novedades y a saludar a escritores y conocidos. Es
impresionante la oferta editorial que se concentra en tan poco espacio. Los
autores, ilusionados y expectantes, tratan de atraer público y de ofrecer sus nuevos
trabajos a quienes tienen a bien acercarse. Saludé a mi amiga Pilar y le
pregunté por su última novedad. Me dijo que estaba editada bajo otro sello cuyo
stand se encontraba al otro lado del Paseo. Ni corta ni perezosa abandonó su
puesto, me tomó de la mano y, sorteando con agilidad la multitud, me acompañó
personalmente hasta donde estaba expuesto el libro por el que le preguntaba.
Durante el traslado violento al que me vi sometido por ella, pude ver a dos o
tres escritores (o no tan escritores algunos, pero en cualquier caso famosos)
de esos que aparecen en los medios firmando sin parar y ante ellos una larga
cola de gentes ilusionadas y deseosas de conseguir un ejemplar del último
producto editorial con la dedicatoria y rúbrica del autor de moda.
Recibí con gusto el libro de mi amiga
Pilar que contenía su letra manuscrita con frases cariñosas, tan digno y
seguramente igual de valioso (o más) que esos otros a quienes el público presta
una encendida atención por el mero hecho de ser famosos. Cada ejemplar que
llega al público para los autores menos conocidos como mi amiga o un servidor, constituye
un triunfo colosal, pero a la vez una promesa, un pacto de honestidad que se
sella con cada lector, para que reciba con agrado el trabajo que con encendida
pasión realizamos en silencio y con toda la ilusión.
Muchas gracias todos los que os
acordáis de los autores menos conocidos que peleamos día a día por llegar a
cada uno de vosotros.