La zona de confort


     

 

De vez en cuando me acerco a uno de los bares de mi barrio y me gusta hablar con cierto grado de profundidad con esos abuelos a los que saludo a diario. Con un café sobre la mesa, las conversaciones suelen ser más profundas y fructíferas. “Para jóvenes los de antes y para viejos, los de ahora”, me dijo sin rubor alguno Matías, atribuyéndose de una especie de victoria sobre la flojedad que muchos de nuestros jóvenes demuestran, según él, con esa actitud derrotista y pasiva que les invade. Decía, aunque con otras palabras, que la mayoría de los jóvenes de ahora no luchan ni pelean ni por ellos mismos, que han llegado a un nivel de conformismo contagioso y enfermizo y se acomodan a una forma de vida sostenida por los padres en donde la tolerancia a la frustración es prácticamente nula y el espíritu de lucha ha desaparecido casi por completo. Se encajan, decía Casiano, en la comodidad del hogar por miedo al fracaso y sufren de una falta de motivación e inseguridad frente a los retos de una sociedad muy competitiva que les provee, en cambio y gracias a un gobierno en apariencia buenista pero abyecto en sus intenciones y propósitos, de lo esencial para “ir tirando” y para se acomoden cada día más en el desánimo ocupando un nivel más bajo en expectativas de futuro. Rompí entonces una lanza en defensa de los jóvenes argumentando el elevado precio de los alquileres y la precariedad laboral. Creo que fue Juan quien dijo que no eran mucho mejores esos tiempos de posguerra en donde crecieron y en donde conseguir un bocado que llevarse a la boca era su principal misión diaria y la conquista de derechos constituía toda una quimera. Pese a todo, concluyeron casi por unanimidad, salieron adelante siendo muy jóvenes y sin apenas formación. Aprendieron oficios, fundaron familias, levantaron una clase media, parieron baby-boomers y construyeron esta sociedad que hoy conocemos gracias a sus esfuerzos y sacrificios dejando, en muchos casos, legados culturales y económicos de los que todavía disfrutamos.

Tras despedirme de ellos pensé en que tal vez deberíamos inculcar a los jóvenes (que son quienes pagarán nuestras pensiones en el futuro) ese espíritu de lucha y abnegación que solo algunos poseen y animarles a que salgan de esa zona de confort para intentar sobrepasar esa línea de comodidad que supondría dar un paso adelante para salir de la mediocridad enseñándoles la cultura del ahorro y el emprendimiento, invirtiendo tanto en ellos mismos como tratar de ahorrar e ir formando su propio patrimonio.

Y es que, no sé, algo no anda muy bien cuando en esta sociedad en la que vivimos y en donde el acceso a la cultura y al conocimiento está más a mano de lo que jamás ha estado, y en donde nuestros jóvenes —más formados que nunca—, van a ser una generación frustrada sin apenas oportunidades dentro de un país en donde su mayor aspiración es alquilarse una habitación, suscribirse a Spotify y comprarse un patinete eléctrico.

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