Raro es el día que no nos desayunamos con un nuevo
acontecimiento que nos hace elevar nuestra ira y que procede de esos que nos
gobiernan y que, para mayor dolor, nosotros les hemos puesto ahí sin
posibilidad de vuelta atrás mientras ellos mismos no quieran. Se ríen de
nosotros, no hay duda. Hace ya mucho que
la principal actividad de nuestros “ilustres” próceres no es la gobernanza de
este país sino en el sorteo de las causas judiciales que les envuelven, a ellos
y sus allegados, como el fango que ellos mismos proclaman. Si todo el esfuerzo
que invierten en su propia defensa, en tratar de cubrir las apariencias y en
elaborar un discurso que les sea propicio, lo dedicasen a los asuntos de estado
y a atender las necesidades de los que les han votado, su gestión resultaría
mucho más eficaz y constructiva. Pero eso no está entre sus prioridades. Emplean
su tiempo y esfuerzos en chanchullos personales apoyándose en sus aforamientos
y en el poder que sus propias instituciones les conceden, sin dejar de tirarse
entre ellos ese fango y esos bulos de los que tanto hablan. Entorpecen y
atascan con sus causas judiciales el funcionamiento de nuestra Justicia que
bien podría utilizar su valioso tiempo y procedimientos en otros menesteres que
sirviesen de más utilidad al contribuyente y utilizan los recursos del Estado para
sus propios fines y lucro. Pero nosotros no estamos entre sus prioridades,
claro.
Sin embargo, el país, sorprendentemente, no deja de
funcionar pese a ese pesado lastre que es nuestra clase política. ¿Por qué?
Pues porque los que tienen que mover las palancas de esta sociedad no son
ellos, sino todos nosotros que acudimos diariamente a nuestros trabajos y
seguimos pagando impuestos pese al ruido tan molesto que nos viene de arriba
sin dejar de hacerlo para mantener en pie todo esto que podemos ver ante la
amenaza del desamparo o de la visita de la pérfida AT.
¿Hasta cuándo va a durar esto antes de que todo explote?
Pues… no lo sé, pero siento ser agorero: esto, ahora mismo, no tiene solución.
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