NUEVO LIBRO DE RELATOS "Yo te cuento" YA A LA VENTA



Los ejemplares de mi último libro han llegado por fin. Como os adelanté se trata de un volumen recopilatorio de cuentos y relatos que he ido escribiendo a lo largo del tiempo. Algunos son recientes y otros con más solera. Entre los que componen el volumen hay algunos premiados en concursos y otros sobre los que tengo especial afecto por las circunstancias en las que se escribieron.

Las dieciséis historias que contiene esta obra son tomadas de aquí y de allá y sus personajes son variopintos, pero tienen un nexo en común que es la esperanza de todos ellos pese al desenlace, quizá poco feliz de ellas.

Por que la vida es así y no la escribimos nosotros del todo, sino un poco cada día por las decisiones que tomamos o abandonamos y el destino se encarga del resto.

¿No crees?

Disponible en tapa blanda y en Ebook

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EL PROGRESO, RELATO FINALISTA DEL CERTAMEN 5 Noches 5Villas


El pasado viernes día 10 de mayo tuve el privilegio de ser uno de los 4 finalistas del I Festival Literario Nacional 5 Noches/Cinco Villas que celebraba su jornada inicial en la localidad de Urriés.
Con Espido Freire, presidenta del jurado
Con Espido Freire, ponente y presidenta del jurado

  El encuentro fue muy fructífero y entretenido, rodeado de amigos y amantes de las letras. Tuvimos una visita guiada por el propio alcalde D. Armando Soria y recibimos a Espido Freire con quien conversamos sobre su libro “La historia de la mujer en 100 objetos. Por la tarde tras la proyección de la película “Alcarrás” tuvimos una mesa redonda sobre su temática de nuevo con Espido Freire, Belén Elisa Díaz, catedrática y directora del certamen y la poeta Rosana Acquaroni.


Por la noche, en la gala de entrega de premios del certamen de la mano de Espido Freire, disfrutamos de un recital de poesía de Rosana Acquaroni, de la proyección de uno de los documentales candidatos a galardón y de la lectura de los trabajos de aquellos que optábamos como finalistas a las modalidades de poesía y relatos. Finalmente el primer premio en la modalidad de relatos se fue a Madrid con “Cosas de bichos” de Juan L. Utrilla.

Podéis ver el video completo del acto en

https://www.youtube.com/live/uGoW9gjyu2E?si=D9 EmVTKV1qLDsEBv





 Relato finalista en el certamen

 5 Noches/Cinco Villas 2024 




EL PROGRESO

 

D. Andrés y el señor Juan pasean calle abajo, camino de la plaza a echar la tarde. Planascaldas se había convertido en un lugar doliente en donde vivían apenas una docena de viejos y otros tantos valerosos que todavía se empeñaban en vivir de la tierra. Entre todos parecían afanarse en que el pueblo no desapareciese, como otros muchos de los alrededores que habían fenecido al mismo tiempo que el último de sus habitantes. El verano sembraba algún tipo de esperanza cada año cuando se decidía a arrancar y algunas casas cerradas durante el invierno se ocupaban por unas semanas. Curiosamente, las más humildes eran las que estaban habitadas por esos heroicos supervivientes, siendo las otras, que en mejor estado se encontraban, las que sus anónimos y distantes propietarios usaban solamente durante esos días de agosto.

El pueblo conoció tiempos de mayor esplendor hace mucho más de medio siglo, cuando los Señores Aranda eran propietarios de todas las tierras que podían verse desde Cabezo Palomo hasta el río y sus ganados levantaban grandes polvaredas por los caminos. Los carros y las caballerías no paraban de ir y venir del molino a la estación y de la estación al molino de los Aranda, a día de hoy convertidas en ruinas invadidas por la maleza y el abandono. El mismo día que partió el último tren desde la estación y las vías dejaron de tener función, comenzó el ocaso. Los árboles que han ido creciendo en medio de las traviesas son testigos de un declive en desigual lucha contra el progreso que viaja en sentido contrario al que todos hubiesen deseado. Los Aranda se marcharon, dicen que arruinados, dicen que a América y dicen que llevándose todo cuanto pudieron. Dicen muchas cosas de ellos.

No tardaron mucho los tejados de Torre Aranda en venirse abajo, quedando apenas paredes desnudas y ventanas desoladas en medio de la nada. Poco duró también la escuela en el pueblo a la que, en sus mejores tiempos, treinta o cuarenta chavales aprendían letras y números con don Cosme o doña Mercedes. Y cuando Mosén Damián murió, ya no mandaron otro párroco al pueblo, sino a un cura sudamericano algunos domingos a celebrar la misa. Ni qué decir tiene que no hay ni médico, ni tienda, ni bar, ni nada de todo aquello que Planascaldas tuvo en sus buenos tiempos.

—Me ha dicho la Marcelina que han venido tu hija y los nietos—observa Juan—. A ver si paso por tu casa a verlos. Igual ya no los conozco. Se habrán hecho muy mayores.

—Sí. Van a pasar unos días por aquí —le responde Andrés—. Ya tienen fiesta en la escuela, la hija está todo el día con el “ordeñador” ese y casi no sale de la casa. Teletrabaja, dice, y se queja del “entrinet” ese que no le funciona bien. No sé cómo se puede trabajar así, si eso es trabajar, claro. Por lo visto tiene que acabar unos informes y no sé qué líos más antes de llevar a los chicos con su padre a la capital; que le toca tenerlos para las vacaciones o yo qué sé. Desde que se han separado no levanta cabeza. No entiendo nada. Dichosas separaciones y arrejuntamientos. Los zagales son tan grandes como haraganes. Se tiran todo el día viendo la tele o jugando con la “platesion” esa o algo así; un aparato que se conecta al televisor y se ven guerras y fútbol. Cualquier día se les cae el techo del comedor en la cabeza.

—Pues parecido a los míos, que tampoco salen de la casa, como mucho al corral. No les da casi ni el sol. También dicen que aquí no hay nada qué hacer y que se aburren. Y que hace mucho calor. Ni al huerto quieren acompañarme, que hay moscas y bichos. A sus años ya me ganaba yo con las ovejas lo que me comía, que era bien poco.

—No son poco “delicaos” ahora, joder. Ya me gustaría a mí ver corretear por aquí a esos canallas —se lamenta Juan—. Daría alegría tener chicos cundiendo por la calle, jugando y oírlos gritar todo el día, como hacíamos nosotros. A mis nietos tampoco les da el aire; están todo el día jugando, largos en el sofá, con esas maquinicas que has dicho y que manejan como demonios. Dicen que no hay nada qué hacer en la calle, que están mejor adentro.

—Joder, ¡que se aburren! Lo mismo que los míos. Les he dicho de bajar al río a tirar piedras o coger ranas y su madre me ha dicho que estoy loco, que les pasará algo, que ni se me ocurra. Que se queden donde están y que me vaya yo si quiero. ¡Como para mandarlos a trabajar como hacíamos nosotros a sus años..!

—Estamos criando una generación de flojos. Si viene una gorda, ya veremos cómo sobreviven. Ni pelarse una manzana saben.

—Los míos, es que ni se la comen; dicen que eso no es comida. Solo bollos de esos de chocolate y patatas fritas de bolsa que les da su madre.

Mariano y la Basilia aguardan en los bancos de la plaza, bajo la sombra del nogal a los demás viejos para entretener el rato. Ellos también esperan a que sus hijos vengan el fin de semana a verlos.

—Nada, que no hay remedio. El pueblo se muere —sentencia Andrés.

—¿Qué es eso de que el pueblo se muere, Andrés? Eso no es verdad. Estuvo a punto de morir una vez, cuando lo de los Aranda, pero ahora no —protesta Mariano que solo ha escuchado la última parte de la conversación—. Mira: nos han hecho un parque con columpios de colores para que los zagales jueguen y muchas casas se están arreglando. Fíjate: la del Isidro la han reformado los hijos. Hasta placas solares de esas han montado en el tejado y están poniendo una puerta que no la tira ni un tractor. Tenemos farolas nuevas en la plaza y los de la diputación han dicho que pronto harán una piscina y todo.

—Sí. Es cierto que están arreglando algunas casas y que tenemos un parque “pa” que los chicos jueguen —interviene Juan—. Pero, ¿quién vive en esas casas tan “arregladicas”? ¿Quién juega en este parque? ¿Quién se bañará en esa piscina que dicen que van a hacer, o quién pasará por aquí por la noche a la luz de esas farolas? Nadie, Mariano; nadie. Nosotros acabaremos con esto y como mucho vendrán forasteros a meterse en esas casas unos días para el verano y el resto del año, vacías. Y eso que ya no caen esas nevadas de antes.

—Hombre, visto así… —admite con derrota.

—Ninguno de los que estamos aquí haremos uso de todo esto. Mira: un letrero que explica la historia de nuestra parroquia que solo se abre para el Santo de agosto y una placa que se ilumina por la noche que dice quien mandaba cuando la restauraron. Mierda “pa” ellos —vuelve a protestar Juan señalando la iglesia con la cabeza—. Más les valía poner un médico o abrir el bar.

—Es que no se ven ni chicos por las calles. —insiste Andrés—. Cuando éramos críos no parábamos. Ayudábamos en el campo, o con los animales y luego íbamos al río, o a hacernos cabañas en los ribazos, o a joder nidos, o a pescar ranas, o… lo que sea. Nunca estábamos aburridos.

—Y además no nos pasaba nada. Y si te hacías una cuquera, te ponías la boina para que no la viera tu madre y te renegase.

—O si te cascaba el maestro o el cura, en casa te caía otra más gorda aún—reconoce Simón—. Ya no hay autoridad. Los chicos mandan ahora más que los padres y no saben ya qué pedir ni qué hacer. Son unos “malcriaos”. A mi padre le llamábamos “padre” y de usted, y bastaba con una mirada suya para “que temblase el misterio” y se hiciese lo que se tenía que hacer.

—La primera vez que salí del pueblo tuve que dejar la hoz para coger el tren que circulaba por esa vía. La Guardia Civil no me dejó ni despedirme de mi padre que andaba por el monte con el ganado. Me mandaron a Cerro Muriano —interviene Dionisio con cierta melancolía en sus ojos—. Me dieron un fusil, y a pasar hambre. Era lo que había. Ya iba “enseñao”, pero te lo ordenaba un tío con unos galones en el hombro y obedecías como un borrego sin dejar de dar barrigazos por el monte. Eso era autoridad.

—Me gustaría ver a alguno de estos jóvenes de hoy madrugando porque sí, obedeciendo porque sí y pasando hambre porque sí —dice Basilio golpeando el suelo con su bastón a cada afirmación—. Poco agradecen lo que tienen y lo que hemos hecho nosotros para que lleven la vida regalada que llevan ahora. No les faltan perras en el bolsillo ni comida en el plato. Eso lo dan por hecho y por derecho y protestan porque aquí no funcionan bien los teléfonos esos que tienen.

Poco a poco se van congregando en la plaza casi todos los viejos de Planascaldas. La conversación se enciende y gira en torno a la estima perdida a los mayores, al tema de la pérdida de respeto y autoridad, a los misteriosos avances informáticos y las dudosas ventajas de los actuales cambios sociales, la desmembración de las familias, la aversión de los jóvenes al esfuerzo y la frustración y de las diferencias con la trabajosa vida rural que ellos vivieron.

El cantar de los pájaros es eclipsado de repente por el sonido estridente de un artefacto verde que simula ser un John Deere eléctrico en miniatura, pilotado por un niño de unos cuatro años que se escucha al final de la calle, acercándose al parque. Los viejos miran con extrañeza. La que parece ser su madre camina a su lado distraída manejando su teléfono móvil, sin levantar la vista y moviendo los dedos sobre él a una velocidad endiablada. Todos guardan silencio y nueve pares de ojos no pierden detalle al verlos acercarse a la plaza.

—Buenas tardes —saludan los viejos casi al unísono.

—Hola… buenas tardes. No les había visto —responde sorprendida la madre del joven tractorista levantando apenas la vista de su dispositivo.

Sin cruzar más palabras la joven mamá toma asiento, sin dejar de manejar el teléfono en uno de los bancos del otro lado de la plaza, mientras que el niño no para de dar vueltas con su pequeño tractor. Al poco tiempo, el muchacho se cansa de circular con su vehículo y se apea de él. Se dirige a los columpios de colores.

—Mira —dice Andrés señalando con el dedo—. Ni ir en bicicleta deben de saber estos pequeños, pero bien que conduce el jodido de él. A ver si sabe montarse en los columpios esos.

Lejos de estar vigilado por los ojos de su madre que no levanta la vista de la pantalla del móvil, el niño trata de encaramarse a una especie de escalera de colores en cuya parte más alta hay una cabeza de animal con una campanita. Sin duda su intención es llegar hasta arriba y tocarla.

            —¿A que se cae? Ya verás.

El pronóstico del viejo no es desacertado. Pierde la mano y se precipita desde lo alto, apenas un metro de altura. Afortunadamente, el suelo es de material elástico y ha amortiguado en gran medida el impacto, lo que no ha evitado que se ponga a llorar de inmediato llamando a su madre, sentado en el suelo e incapaz de levantarse por sí mismo. Ésta, asustada por el llanto repentino y desconsolado, levanta la vista de su Smartphone y, como impulsada por un resorte invisible, corre hacia él para socorrerlo. El niño llora con fuerza. La joven madre, aterrada y compungida en el gesto, lo coge en brazos mientras incrementa visiblemente su disgusto reclamando más atenciones y más arrumacos.

—Lo que os decía —comenta el viejo de antes—. Ahora no saben ni sacársela para mear. A la edad de ese crío ya andaba yo en la era cuando trillaba mi padre llenando los sacos de grano con mi hermano. Era lo que había.

—Y bien contentos que estábamos. No había ni columpios ni tractores de juguete, ni juguetes siquiera. Nos los hacíamos nosotros con palos o trapos viejos.

—Es cierto. Unos flojos es lo que son ahora —responde otro—. El hambre es el mejor maestro. No tendría yo más de nueve años cuando me mandó mi padre con media docena de cabras de los Aranda a apacentarlas y se me escapó una. Tres días pasé por los Cabezos del Palomo, muerto de miedo, buscándola para que no me renegasen cuando volviese. No te digo nada la que me cayó encima cuando volví sin ella.

—Hambre, eso es lo que a algunos les hace falta pasar —dice la Isabel—. Yo, con doce años, por ser la mayor, ya servía en casa de los Aranda. Con nueve hermanos que éramos, no había ni tiempo ni dinero para tontadas. Mi madre siempre andaba con alguno de mis hermanos colgados de la teta sin dejar de atender la casa y mi padre de sol a sol por las fincas para poder dar de comer a todos.

—Calla, calla, que ya sabíamos lo que era eso. Antes todos a la siega, o la trilla, o al monte con las ovejas de los Aranda, y por cuatro perras, pero todos aquí. Nadie se iba. El pueblo era todo lo que teníamos.

—Ya puedes ver. Ahora, con una cosechadora y un tractor un par de veces al año para labrar, sembrar y cosechar, y faena hecha. Dicen desde la diputación cuánto y cómo hay que sembrar, se cobra la subvención esa y ya está. ¿Qué falta hacen segadores ni braceros? El puñetero progreso acabará, no ya con nosotros, sino con todo.

Los viejos rememoran uno a uno aquellos tiempos perdidos, en donde su pueblo, su familia y hacienda lo eran todo. Cuentan anécdotas propias del pasado, trabajos y alegrías, con pena y añoranza de los años consumidos en aquellas tierras.

Pero la tarde les reserva una nueva sorpresa. Por la bacheada carretera que une el pueblo con la general, un vistoso vehículo se acerca. No se trata del colmado ambulante de Paquito que les visita un par de veces por semana y les trae suministros y los mandados desde Ejea, no. Se trata de otro muy distinto cuya visita no esperan. Poco a poco llega hasta ellos un coche rotulado de colores con palabras escritas con muchas “g” y muchas “o” en un idioma extranjero que ellos desconocen. Carga en su parte más alta un extraño artefacto de color negro que, sostenido firmemente sobre la baca portaequipajes, se asemeja a un gran balón de fútbol sujeto a un soporte metálico con múltiples ojos que miran en todas direcciones y parece girar sobre su eje con gran rapidez. Despacio, da un par de vueltas a la plaza y finalmente se detiene ante los asombrados ancianos que miran sorprendidos.

—Buenas tardes —saluda el sonriente conductor a través de la ventanilla al contemplar la cara de asombro de los viejos que, como una manada de zombis, se acercaban curiosos al extraño vehículo mostrando extrañeza y sorpresa— Vamos a ponerles en el mapa. Tienen un pueblo precioso. Cuánto daría yo por vivir aquí tan feliz como ustedes. No se preocupen, pixelaremos sus rostros para preservar su identidad.

—¿Qué… carajo es eso?

—El progreso, Mariano. Eso es el progreso —responde Juan.


DIA DE LA MADRE

 


Este domingo se celebra el día de las madres, de esas mujeres maravillosas que un día nos dieron la vida y cuidaron de nosotros y de nuestro entorno. Pero ser madre va mucho más allá de ese acto genético que se extiende durante toda la vida con ese vínculo tan especial que significa anteponer necesidades de los hijos por delante de las propias. El hecho natural de ser madre no ha cambiado sustancialmente, aunque sí los modos y hábitos de llevar a cabo tan difícil misión en estos tiempos. A día de hoy, se es madre pasados los treinta y, cada vez más, a eso de los cuarenta, a diferencia de nuestras madres y abuelas que lo eran con poco más de veinte y apenas trabajaban fuera de la casa-hogar de la familia.

Las chicas de mi quinta, las babyboomers  (algunas, abuelas ya), fueron las pioneras en comenzar a retrasar su maternidad en algunos casos por concluir su formación. A día de hoy se ven manejando una casa, trabajando y tocando con la punta de los dedos esa ansiada jubilación mientras cuidan, además, de padres muy mayores, quizá de nietos y luchan también porque esos otros hijos que andan entre los veinte y los treinta puedan abandonar el nido de una vez mientras sacan tiempo todavía para ir a pilates o clases de mantenimiento de suelo pélvico. Mi admiración hacia todas ellas.

Ya veremos en qué desemboca eso de ser madre en el futuro. Y es que “los tiempos adelantan que es una barbaridad”, dicen. Las madres de hoy son hijas de esas babyboomers y han pasado el rigor de formarse hasta los treinta o más para comenzar una carrera profesional casi imposible de consolidad, por lo que encontrar el momento de hacer el parón que exige la maternidad es difícil de encontrar si además se quiere compatibilizar con viajar, salir o hacer deporte. Además a día de hoy las parejas no suelen ser tan estables como lo eran antes con lo que, para quien antes de la ruptura ha sido ya madres, la tarea es mucho más ardua que cuando se comparten responsabilidades.

Por eso las mujeres de nuestras latitudes demoran o directamente renuncian a tan admirable tarea en favor de desarrollar sus propias vidas y afanes, circunstancia que en generaciones anteriores no se tenía tan en cuenta o, sencillamente, se ignoraba.

Desde aquí mi más sincera felicitación a todas esas mujeres que han tomado la determinación de ser madres.


DÍA DEL LIBRO EN ZARAGOZA


 

La semana pasada se celebró el día del libro, además del día de Aragón. Hace años que no firmo, ya que no he editado últimamente obra nueva pero, como siempre que puedo, me doy una vuelta por los puestos a ver novedades y a saludar a escritores y conocidos. Es impresionante la oferta editorial que se concentra en tan poco espacio. Los autores, ilusionados y expectantes, tratan de atraer público y de ofrecer sus nuevos trabajos a quienes tienen a bien acercarse. Saludé a mi amiga Pilar y le pregunté por su última novedad. Me dijo que estaba editada bajo otro sello cuyo stand se encontraba al otro lado del Paseo. Ni corta ni perezosa abandonó su puesto, me tomó de la mano y, sorteando con agilidad la multitud, me acompañó personalmente hasta donde estaba expuesto el libro por el que le preguntaba. Durante el traslado violento al que me vi sometido por ella, pude ver a dos o tres escritores (o no tan escritores algunos, pero en cualquier caso famosos) de esos que aparecen en los medios firmando sin parar y ante ellos una larga cola de gentes ilusionadas y deseosas de conseguir un ejemplar del último producto editorial con la dedicatoria y rúbrica del autor de moda.

Recibí con gusto el libro de mi amiga Pilar que contenía su letra manuscrita con frases cariñosas, tan digno y seguramente igual de valioso (o más) que esos otros a quienes el público presta una encendida atención por el mero hecho de ser famosos. Cada ejemplar que llega al público para los autores menos conocidos como mi amiga o un servidor, constituye un triunfo colosal, pero a la vez una promesa, un pacto de honestidad que se sella con cada lector, para que reciba con agrado el trabajo que con encendida pasión realizamos en silencio y con toda la ilusión.

Muchas gracias todos los que os acordáis de los autores menos conocidos que peleamos día a día por llegar a cada uno de vosotros.

"LA DUEÑA DEL PARAÍSO" YA A LA VENTA EN AMAZON

 



Esta novela fue escrita durante la convalecencia de un accidente de esquí que sufrí en 1996. Gracias a romperme las dos piernas y algunas vertebras y, tras una complicada operación quirúrgica de reconstrucción y mucha rehabilitación, Ángela y los demás personajes surgieron para cobrar vida en estas páginas, a modo de terapia. Por fortuna, pude recuperarme completamente de mis lesiones, hasta el punto de volver a la montaña, a esquiar y poder correr algunas carreras populares.

La primera edición vio la luz bajo el sello de Egido Editorial en 1997 y desde aquí quiero agradecer a Rafael Egido, tristemente desaparecido, la confianza que depositó en mí en su momento al publicar esos primeros ejemplares en unos tiempos difíciles en dónde no existían las redes sociales ni otros mecanismos de promoción y publicación para autores noveles como un servidor.

               Después de mucho tiempo, y con otra perspectiva muy diferente, he visto el momento y la posibilidad de publicarla de nuevo, por lo que he querido recuperar este relato que muchos me pedíais. Apenas he querido variar circunstancias, puesto que he deseado que se conserve casi como se editó en su día. Seguramente, hoy la narrativa hubiese sido distinta, no sé si mejor o tal vez más asentada, pero era lo que debía escribir en aquel momento y que fue llevado al papel sintiendo cada una de las escenas de la protagonista y los distintos personajes.

               Para los y las lectoras más jóvenes, ciertos usos y costumbres les habrán resultado chocantes o sorprendentes, pero recordemos la época mágica, rebelde y de cambios en la que se desarrolla y en donde muchas de las tendencias o comportamientos eran a menudo diferentes o tal vez incipientes vistos a día de hoy. Sin embargo también hay quien ha dicho que la novela, tratándose de un manuscrito de 1996 era, en algunos aspectos, adelantada a su tiempo.

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YA A LA VENTA EN AMAZON LA NUEVA EDICIÓN DE EL JUEGO DE LAS LLAVES

 

Sois muchos los que me estáis pidiendo ejemplares de mis novelas y vi en ”El juego de las llaves” la ocasión ideal para volver a publicar obra de nuevo, con esta historia que vio la luz por primera vez de la mano de la editorial “La Fragua del Trovador” hace casi diez años. Las ediciones anteriores se agotaron, y dado que los derechos editoriales han decaído, me he decidido volver a publicarla, esta vez bajo la plataforma de Amazon, tanto en papel como en digital; una buena oportunidad para conocer a Álvaro, Malena, Carlos y Jaime Contreras, y recorrer Zaragoza, Madrid y algunos paisajes del Pirineo de su mano.

El ejemplar que puedes conseguir desde YA en Amazon es una nueva versión corregida y actualizada de aquel trabajo, tanto en papel como en formato digital, con el que disfruté tanto escribiéndolo como espero que tú en su lectura.

Un buen regalo para estas Navidades que, sin duda, agradecerá quien lo reciba.

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¿Qué harías si te encontraras después de años con ese amor platónico de tu infancia que lo significó todo? “El juego de las llaves” es la historia de Malena y Álvaro, dos cuarentones que se reencuentran por casualidad tras años sin verse y que sienten que algo sigue vivo después de todo este tiempo. De niños, jugaban a esconder las llaves de casa que daría derecho a un beso a quien las encontrase.

 Tras el fortuito encuentro entre ambos, unas llaves de coche extraviadas y las circunstancias de su recuperación, vuelve a ser el símbolo del amor que pudo haber sido, sintiendo algo parecido a ese dulce ayer que se ven tentados a recuperar. Malena es mujer primaria y apasionada y Álvaro hombre casado, acomodado y tímido que teme perder todo lo conseguido. Esta novela, escrita a varias voces no es sino un trepidante viaje de idas y venidas, de equívocos, de encuentro de pasiones alocadas en pugna con la virtud y conflictos matrimoniales y profesionales que les sumergirá en una espiral de emociones en donde otros personajes se interponen entre ellos.

No te pierdas esta historia que te hará vibrar y que no podrás dejar hasta un el inesperado final que no te dejará impasible.

¿Podrán superar los problemas y recuperar el tiempo perdido? ¿O se dejarán llevar por el miedo y la indolencia abandonando lo que pudo ser? Descúbrelo en esta thriller lleno de pasión, orgullo, ambigüedades y suspense.

Que disfrutes en su lectura y muchas gracias por leerme. Agradezco comentarios y difusión entre tus contactos. Puedes valorarme también en Amazon, esto ayuda a que llegue a más lectores.

PUEDES LEER EL PRIMER CAPÍTULO EN ESTE MISMO BLOG, EN EL BOTÓN DE LA NOVELA


ENTREGA DE PREMIO DE RELATOS "LA VOZ DE ESTEFANÍA EN NÁJERA

 

El lunes 18 de septiembre viajé a Nájera(La Rioja), para recibir de parte de la organización el premio al concurso de relatos “La voz de la mujer”. Hacía tiempo que no me presentaba a un certamen y tuve la fortuna de ser el ganador. Me hizo mucha ilusión recibir este premio que me anima a seguir en mi actividad literaria.



ENTREGA DE PREMIO


Mi relato, "La voz de Estefanía," es una historia que habla de la sanación que puede surgir de la compasión, del cuidado y del detalle que todos deberíamos conceder a nuestros semejantes, al acompañar nuestro trabajo con palabras amables y una sonrisa sincera. La historia cuenta la visita de una joven doctora, a quien he querido llamar Estefanía, que lleva consigo su voz amable, su trabajo y su dedicación especial a esos pueblos apartados habitados mayoritariamente por ancianos. Su presencia, su aliento y su discurso amable, hacen que las enfermedades y dolencias que padecen se atenúen y que algún tipo esperanza florezca de nuevo en esos corazones envejecidos. La presencia de Estefanía supone una fiesta para todos, incluso antes de haber llegado. Esta historia es un tributo a esa fuerza, ese valor y ese tesón innatos que poseen las mujeres y un homenaje a su trabajo muchas veces injustamente valorado.




En breve publicaré el relato para que pueda ser leído por todos.


Reseña de prensa


Muchos me habéis pedido leer el relato ganador. Como lo prometido es deuda, podéis leer el trabajo que fue premiado en la página MIS RELATOS. Espero que os guste.